En julio se cumplió el centenario del nacimiento de Rosalind Franklin, la investigadora que fue clave en los estudios para dar a luz al ADN.
Se trató de un cambio que modificó para siempre la biología.
A cien años de su nacimiento, que se cumplieron el 25 de julio pasado, la herencia del trabajo de Rosalind Elsie Franklin (1920-1958) aún está en disputa para la historia de la ciencia.
Una parte del revisionismo buscó valorarla en su justa medida y en ese movimiento estuvo Brenda Maddox en el libro La dama oscura del ADN (2002; aparentemente, sin traducción al español). «Franklin se ha transformado en un ícono feminista, es la Sylvia Plath de la biología molecular, vista como un genio cuyos dones fueron sacrificados para la gloria de los machos», escribió Maddox en la revista Nature.
Antes de eso, su consagración o reivindicación post mortem, Rosalind había vencido la resistencia de su propio padre a que estudiara durante la Segunda Guerra Mundial en lugar de sumarse a los esfuerzos de la sociedad civil en la lucha contra Hitler.
Tras doctorarse en Cambridge en 1945, a la par del final de la contienda mundial, residió casi un lustro en París, donde se transformó en especialista en difracción de rayos X. Al regresar a Londres en 1951 comenzó a trabajar en el ADN.
En particular, su campo era la realización de fotografías de rayos X; una de ellas, conocida como «foto 51» es la que usaron de inspiración los tres Nobel para proponer el modelo helicoidal finalmente triunfante.